viernes, abril 25, 2008

Lost in translation



Los Detectives Salvajes acaba de publicarse en EEUU y ha recibido grandes elogios de la crítica, ¿Pero cuánto del original hay allí? Es el viejo tema de las traducciones y sus extraños y a veces graciosos laberintos.


Andrés Gomez Bravo


Acababa de salir la versión francesa de Los Detectives Salvajes, en 2002, y Bolaño era aclamado por la crítica de ese país. Portada de la revista de libros de Le Monde, aplaudido por Libération y la revista Les Inrockuptibles. Pero él ni se inmutaba. En conversación telefónica decía: “La traducción tiene sus pros y sus contras; ahora mismo estoy escribiendo una novela y recibir 70 preguntas del traductor rumano me saca de onda. ¿Qué significa ‘hijo de la chingada’? ¿Es negativo o positivo? ¿Quién es la chingada? ¿Y quién es el hijo? ¿De dónde viene? ¿Cómo sugiere que se traduzca? Son preguntas que me llegan a matar, termino cansadísimo. Preferiría que me tradujeran menos y me dejaran más en paz”.
Natasha Wimmer se ríe de la cita de Bolaño. Ella es la responsable de la traducción de Los detectives… en EEUU, que ha recibido elogios de la crítica. Ha sido tal el entusiasmo que Daniel Zalewski –en un largo artículo en The New Yorker- llegó a bautizar su estilo: “Modernismo visceral”.
Bolaño quizá habría hecho una broma, pero no habría mirado la traducción. Nunca lo hacía: le daba terror. “Hay frases que me ha costado un huevo escribir y encontrarlas cambiadas me daría un ataque”.
¿Le daría un ataque en este caso? “Ojalá que no, pero puede que sí”, dice desde EEUU Natasha Wimmer. “Es invitable que se pierdan cosas, sobre todo cuando el autor domina la jerga de por lo menos tres países. Creo que se pierden algunas de las distinciones entre el español chileno, el castellano y el mexicano, pero espero que se conserve la voz tan idiosincrásica del autor, que va por encima de cuestiones de vocabulario”.
A diferencia del traductor rumano preocupado por “el hijo de la chingada2, Natasha no tuvo a Bolaño para consultar. “Pero me las arreglé con ayuda de amigos mexicanos y también de Rodrigo Fresán”.
Lo más difícil en todo caso, fue trasladar “el maravilloso ritmo sincopado muchas veces impredecible de la prosa bolañiana”, cuenta.

“No caché”

La traducción es un tema viejo en literatura. Ahí está el dicho italiano “traduttore traditore”. Una frase que –obvio- los traductores odian, pero que algo de razón tiene: al pasar de un idioma a otro, algo es traicionado.
Para Bertille Hausberg, por ejemplo, fue un placer y un dolor de cabeza llevar al francés La Reina Isabel Cantaba Rancheras, de Hernán Rivera. “Hernán habla con modismos nortinos que me costó mucho traducir ¿Qué quiere decir arrastrar el poncho? O los apodos de las prostitutas. La Pan con Queso, ¿cómo lo traduzco?”.
Alberto Fuguet –que presentó recién la edición danesa de Las Películas de mi Vida- es tajante: la traducción literal no es posible y tampoco importa. “Es más que nada una adaptación-interpretación. Es condensar y modificar para que llegue a la base. A mí lo que me importa es la voz, el tono”, asegura.
Así, cuando en 1997 traducía Mala Onda al inglés, le pidió a su traductora –Kristina Cordero- que viera la película Drugstore Cowboy “y que escuchara bien el tono como hablaba, en off, Matt Dillon. Lo vio, entendió y le quedó claro. Ella le dio además un leve tonillo claiforniano y me gusta mucho como quedó”.
Traducir a Fuguet al inglés es fácil: es llevarlo a su primer idioma. De las versiones en otras leguas –portugués, italiano, danés- no tiene idea. Pero lo considera un honor y defiende a los traductores. Aunque admite que a veces hay equívocos. Y grandes.
El más famoso es de Kafka. Su novela más celebre se conoció siempre como La Metamorfosis, pero –lo dijo Borges- era incorrecto. En 1999 una nueva traducción del libro fijó el título definitivo: La Transformación. Claro que ya era un poco tarde y si alguien se refiere al libro así, probablemente lo confundan con un thriller de Stephen King.
Está el caso también de Fernando Alegría, que en 1958 tradujo Aullido, de Allen Ginsberg. Como no conocía la jerga beat, tradujo hippies como “caderones” y “hungry fix”, que alude al pinchazo de heroína, como “coito salvaje” (!).
Nicanor Parra es un convencido de que para traducir hay que reescribir. Por eso cuando tradujo el Rey Lear de Shakespeare, hizo una versión parriana, cn versos como: “Pícaro que se corre se convierte en Bufón./ Pero el Bufón no es ningún maricón”.
Con una idea similar, hace algunos años un traductor planteaba modernizar la acepción de “carpe diem”. La frase es del poeta Horacio y se conoce como “aprovecha el día”. Pero aquel proponía “fornicar que el mundo se va a acabar”. Otro traductor le replicó que era inexacto, porque se trata de “disfrutar en todos los sentidos”. Y el primero contestó: sí, pero sobre todo fornicar, porque Horacio no lee escribía poemas a su musa por nada.
Los que no se hacen problemas son los piratas: el traductor ilegal de Harry Potter V plagó el texto de todo tipo de faltas. Pero era franco y en el mismo texto interrumpía la lectura y anotaba: “no caché que quiso decir”
Lost in translation.



La Tercera- LETRAS/TENDENCIAS- Sábado 21-04-07

1 comentario:

Jeshu~ dijo...

que buen tema :3

siempre he pensado que, de todas maneras, los traductores a veces las cagan con sus traducciones xD
Ese era uno de los motivos por el cual quería ser traductora... para dejar de hacer eso xD